La experiencia de un periodista platense por su paso por el Amazonas

El periodista platense, editor de Diario Full y cronista del Diario El Día, Hipólito “Pico” Sanzone, recorrió este año una parte del amazonas que retrató en varias crónicas obtenidas en su experiencia en Brasil.

“Este año, hace unos meses, pude cumplir un viejo sueño: ir al Amazonas. Nadé (un ratito, floté) en el Río Negro y pesqué dos pirañas que enseguida le devolví. Dormí (en realidad quise, pero no pude más que un rato) en la selva de las mil voces” avanzó.

El periodista afirmó que “anduve por el mercado del Puerto de Manaos donde parece que estás en una película del 1800”. Esta es una de las historias retratadas por Sanzone en su viaje especial.

VIVIR AMAZONAS

Con los pulmones llenos de aire caliente

y los enmascarados del “nao sol”

Por Hipólito Pico Sanzone.-

Al Amazonas no se le puede pedir recato, ni

sobriedad ni garantías. Controversia mediante,

late el sueño de terminar la legendaria ruta

Tans Amazónica.

- “No se confíe, no hay crema que valga”.

Al Amazonas se le puede pedir cualquier cosa menos

sobriedad, recato, medida. Es intenso desde el mismo

momento en que se sale del aeropuerto de Manaos. Si

sos de sufrir el calor, te ahogas. Los pulmones se llenan

de aire caliente, como si te apuntaran con un secador

de cabello puesto al máximo. Si sos de andar con la

presión baja, buscá quien te ataje o un buen lugar

donde caer. Si te molesta el ruido ambiente, la ciudad

es como un tractor en marcha y la selva chilla, grita,

gorgojea. No existe el silencio.

Manaos parece estar permanentemente en obra. Y

obras grandes. Gigantescas. Una señal se muestra en

el salón desayunador del Rede Andrade Amazonia,

acaso el hotel más económico que figura en la web.

Sirven el desayuno a las 6 de la mañana y a esa hora

ya está repleto. Se mezclan los pocos turistas que suele

haber en esta época del año y hasta fines de

noviembre, por el intenso calor, con obreros de

uniformes impecables, técnicos que aparentan ser

calificados o ya ingenieros. Pertenecen a diferentes

empresas, de nacionalidades varias. Y en las mesas del

huevo revuelto, las salchichas con salsa, el mango, el

ananá, los panes de queso y el café se mezclan los

idiomas. Los que hablan buen español cuentan que

están ahí por un gasoducto, otros por un dragado y los

hay de las nuevas redes eléctricas y de provisión de

agua. Y muchos petroleros de la poderosa y orgullosa

Petrobras. Todos cuentan historias de movimientos de

tierra monumentales, de grúas que parecen Godzilas. Y

muchos, sobre todo los locales, vuelven una y otra vez

sobre el “sueño”.

LA RUTA DE LA MUERTE

Hablan de continuar, alguna vez, la Trans Amazónica, la

legendaria Ruta de la Muerte con la que la dictadura de

Garrastazú Médici pretendió unir el nordeste de Brasil

con el Perú; el Atlántico con el Pacífico. Eran 8 mil

kilómetros. Se empezó a fines de los 60 y en tres años

de trabajo frenético se terminó la mitad. Esos casi 5 mil

kilómetros fueron como un hachazo a la selva. La

resistencia de los pueblos originarios fue conmovedora

y la ligaron los obreros. Los milicos nunca blanquearon

cuántos muertos costó ese “progreso”. Figura como la

BR 230 y la mitad de esa mitad quedó sin pavimentar.

Más allá de las controversias, es una ruta

económicamente clave. Pero le dicen la Ruta de la

Muerte. Entrar, entrás. El asunto es salir.

COMER, AMAR, SUFRIR y GOZAR

Si la comida es un asunto prioritario y hay berretines de

gourmet, los que están en tema dicen que en

Amazonas, de Michelín sólo neumáticos. Pero hay

enorme variedad en gastronomía local y sin precios

desubicados. Para los aventureros de la comida

callejera Manaos es un safari intenso, sorprendente.

Las cozinhias de pollo, con forma de conos y las

salchichas fritas. En la calle se come por menos de $10

mil nuestros, con bebida. El tema de los productos

"naturaís" que se ofrecen en la calle es una permanente

tentación y al mismo tiempo un riesgo. Toda la fruta es

exhuberante: los limones de la limonada parecen

pelotas de handbol y lo mismo que los mangos, las

naranjas, los kiwis. Los jugos se hacen ahí, en la calle,

en licuadoras conectadas vaya a saber en qué enchufes

y las frutas se ofrecen sobre grandes heladeras de

telgopor, abiertas, que desbordan hielo molido. Son

como camastros blancos que bajo el insoportable "nao

sol pleno" invitan a tirararse en palomita. Pero hay un

problema: el agua que usan puede ser de la canilla, de

la red. Y al que no está acostumbrado le puede ir mal si

por mal aceptamos dolores de panza, cagaderas y

fiebre. No me da el cuero para preguntarle a Siuveira si

esa limonada que ofrece a 1 real el vaso generoso

($300 aprox.) está hecha con agua mineral. Junto a la

licuadora veo dos grandes botellones plásticos pero

ninguno está cerrado y dudo que si alguno lo estuviese

Siuveira aceptaría abrirlo para mi limonada.

EL MARADONA QUE SE MASTICA

Pero al Maradona de la comida callejera ellos le dicen

“pastel”. Es una torta frita rectangular, como dos

teléfonos celulares uno junto a otro y rellena. Le meten

de todo en cada una de las variedades posibles: carne

picada, huevo, salsa, jamón, queso, pollo y una versión

agridulce con banana. Es nuestro choripán, nuestra

bondiolita, nuestro sanguche de cuadril al paso o en la

cancha. El pastel viene frito en un aceite casi

transparente, tanto que parece agua.

Me dicen que es aceite de arroz y que es más sano,

más rendidor y "e bem digerido". Y es verdad. Cuestan

entre 1 y 12 reales o sea entre 300 pesos y 3500

nuestros y la amplitud depende del relleno, de su

cantidad y también del puesto callejero donde lo

ofrezcan. Puede ser un escaparate tipo food track o

una modesta tabla sobre caballetes. En cualquier caso

habrá mesitas y sillas para comer sentado, a la sombra

y bebida "gelada" con y sin lo que ya imaginan.

La cultura del "pasteis" no es exclusiva de la selva

tropical ni mucho menos. Se extiende por todo el país y

en algunos lugares tiene variantes que van con la

disponibilidad de recursos. Por ejemplo: en las playas

se considera pecado pedir un "pasteis" de carne o de

pollo habiendo tanto camarón, tanto peixe, tanto

palmito. Dicen que no hay veraneo completo en Brasil

sin una panzada de pastel. Hay locales más formales

que los puestos callejeros donde los hacen tamaño XXL

a 25 rs ( $ 7400) y no son muchas las personas que se

comen más de dos.

Y "e bem digerido", insisten. Y es verdad. Lo comés y

"Neum arroto". #

LOS ENMASCARADOS DEL NAO SOL

Ese concepto popular que dice que la resolana quema

más que el sol pleno parece haber sido acuñado en

Manaos. En vísperas de las temidas lluvias de octubre

abundan los días nublados pero celosamente vigilados

por un sol que por momentos aparece, un rato nomás

para reclamar territorio y vuelve a su lugar detrás del

telón de nubes grisáseas. El calor en Manaos es duro. Y

esa resolana, si no fuese por la gran húmedad

ambiente, sería un rayo quemador.

Junior es Guardia Urbano y controla el estacionamiento

medido en la zona del legendario Teatro Amazonas. A

las 11 de la mañana recorre la zona con el dispositivo

para controlar que los automovilistas paguen los 3,80

reales que cuesta la hora, unos 1200 de los nuestros.

Lleva puesto el uniforme azul reglamentario y una

máscara de neoprene del mismo color que solo permite

verle los ojos. Parece uno de esos del Swat que se

descuelgan desde los techos en las películas de acción.

Lo saludo, le señalo la máscara y le pregunto lo obvio.

En perfecto portuñol, raro aquí donde todo es portugués

bien cerrado, me dice que el calor siempre es mejor que

la quemadura por el sol. Que los labios se agrietan y

que “no hay crema que valga”.

El "nao sol pleno" inunda la calle de paraguas. Pero no

llueve, de manera que están en modo sombrillas. Joao

no es el único enmascarado que se puede ver en el

centro de Manaos. También algunos trabajadores de la

empresa que allá en La Plata vendría a ser Edelap. Y

muchos ciclistas y algunos vendedores de jugos

naturales que no consiguieron un lugar con sombra

para instalarse.

EL MILAGRO DE LOS CELULARES

¿”Y para cuándo estaría”, es la pregunta que se suele

hacer con temor cuando se deja en arreglo un teléfono

celular. Así lo imponen los tiempos modernos. Todo

arreglo lleva su tiempo. “No puedo hacer milagros”, se

oye decir a algunos reparadores. A algunos, menos a

los de las locas calles de Manaos.

“Vení en 20-25 minutos”, es la respuesta promedio en

este sofocante rincón del mundo.

“Hace cuatro años que estoy y ya había muchos. Dicen

que los primeros fueron colombianos y que ellos les

enseñaron a los locales. Y cuentan que un cura amigo

de Lula abrió en una parroquia una escuelita y le

enseñaba a pibes de la calle, para que tuvieran salida

laboral y no anduviesen robando”.

Marcos es venezolano y vende limonada en la

pintoresca avenida Floriano Peixote donde todo es o

ropa, zapatos o fruta y verdura. No hay otros rubros

como sí los hay en la vecina Marcilio Días, otra céntrica

de Manaos que tiene una particularidad: las decenas y

decenas de pequeños puestos, del tamaño de una

cabina telefónica, donde se arreglan teléfonos celulares

“al paso”. Y tablets y Play Stations y todo lo electrónico

posible.

Lo curioso es que la oferta es verdaderamente “al paso”

porque el tiempo promedio de las reparaciones no pasa

los 25 minutos. Módulos, plantallas, pines de carga, lo

que sea. Y rápido y furioso.

Anderson se hizo reparador hace dos años y cuenta

que está muy conforme. A un promedio de 25

reparaciones por semana de alrededor de 150 reales

cada una, factura poco más de 3.500 reales. Al cambio

de estos días supera el millón de pesos nuestros cada

cinco días.

“Aprendimos a reparar celulares buscando trabajo. Fue

más la necesidad que otra cosa. Lo bueno es que hay

mucha gente joven en esto. Aprender no es difícil. Yo

ando con ganas de abrir una escuelita”, cuenta Mateo,

otro reparador que asegura que la clave del éxito es “el

tiempo, porque el cliente quiere su celular reparado ya

mismo y acá se lo lleva reparado en menos de media

hora”.

UNA MISTERIOSA AUSENCIA

Como todo en esta vida el asunto tiene su leyenda

negra.

“La ganancia de estas personas no solo está en la

mano de obra sino en los materiales. Compran

componentes defectuosos que importan desde China,

vienen como rezagos, en contenedores que llegan a

Belén, a 45 días de barco río arriba hasta Manaos. Por

eso algunas reparaciones no duran mucho”, murmura

Luiz, un vendedor de juguetes rodeado de muñecos,

pelotas y montones de productos de personajes de la

nueva ola infantil que no reconoce al Chavo, ni a los

Tres Chiflados ni a Tiro Loco Mc Graw. .

A Luiz aprovecho para preguntarle algo que me llamó

poderosamente la atención: a diferencia de otras

muchas ferias callejeras, en diferentes lugares, en

Manaos no se ven vendedores senegaleses.

Se ríe y me dice que vaya al “goberno” a preguntar.

Pero enseguida me asegura que no me van a decir

nada. Que él sabe pero mejor no lo dice. Le digo que

bueno, que es una lástima y me despido. Suficiente

para quebrarlo. Le entiendo algo así como que los

ambulantes locales se encargaron de defender el

territorio:

“Eles foram jogados para fora com socos e ancho que a

polícia nao fez nada”.

Algo así como que los corrieron a golpes y la policía

miró para otro lado.

Pero si la capital del Amazonas estremece, si navegar

su río insignia es una experiencia inolvidable, hay algo

que supera cualquier cálculo o especulación: dormir o

intentar pegar un ojo, en el corazón de la selva tropical

más grande, densa, peligrosa y diversa del planeta.

Ahí, con sus impredecibles criaturas de la noche.

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